Siempre ese amor del que tanto hablabas, del que sigues hablando, ese que me escupes en la cara cada vez que no te llamo, cada vez que me preocupo por ti y tú lo transformas en una guerra. Ese amor es el que duele tanto, el que me ha convertido en los mil pedazos de humano que soy el día de hoy.
Y ni sabes cuánto trato mamá, cuánto es que trato, de cuántas formas intento solucionarlo, encontrar un poco de calma. Es que tu amor siempre fue un océano de confusión pero no lo sabía, y ahora que conozco un amor más sano, me veo ahogada en este patrón viejo de filtrado. No quiero filtrar, y sigo tratando, pero a más intentos, peor se vuelve. Tal como haber nacido con el cordón enredado al cuello.
No quiero que mi vida gire en torno a tu desquicio, a tus palabras en voz alta cuando a mi me dolía tanto, a tu narcisismo disfrazado de una risa, de una broma, de una pena, de una víctima. En algún momento tienes que dejar de ser la víctima, o no. Tal vez no.
Mamá, por qué me pusiste aquí, donde tuve que escapar de tus garras para poder ser feliz, pero nunca lo voy a ser porque aunque ya no puedas amarrarme, me dejaste llena de heridas que no sé si podré sanar.
¿Mamá, algún días crees que me vas a amar, así de forma honesta, limpia?, ¿Mamá algún día te vas a cultivar?, ¿Crees que algún día podrás escucharme de verdad?
Mamá, te extraño, porque la verdad es que, nunca te conocí.